El punto de partida es un sueño compartido entre cliente y arquitecto. Un sueño que busca convertirse en casa, en un lugar que lo espera. Conversaciones pausadas moldean necesidades, experiencias, anhelos. El arquitecto imagina formas y tamaños, colores y materiales para hacer habitable el sueño. Desde un principio, cuadernos de notas y croquis para atrapar ideas fugaces y explorar las mejores alternativas. Luego se incorporan computadoras, cálculos y presupuestos, catálogos y muestras de materiales en el ir y venir de un diálogo emocionante. Muchas mentes claras y muchas manos sabias participan en el quehacer de la arquitectura. En la oficina, los administradores que acompañan a la obra hasta después de su terminación. En el terreno, los planos y las maquetas van floreciendo gracias a la habilidad y experiencia de un grupo de profesionales: jóvenes trabajadores —albañiles, pintores, plomeros, yeseros, carpinteros, electricistas— tantos nombres que no cabrían aquí; maestros de obra, jefes y superintendentes, ingenieros y arquitectos, cómplices más que socios. También están presentes, de alguna manera, quienes imaginaron y construyeron antes de nosotros y nos dejaron maravillas en México. Poco a poco el sueño abraza su lugar y se va convirtiendo en casa. Años de experiencia que se enriquecen siempre en un proceso de aprendizaje para todos. Un proceso fascinante.